miércoles, 11 de septiembre de 2013

EL DÍA EN QUE BARCELONA SE RINDIÓ A FELIPE V DE BORBÓN. FELIÈ V EL ANIMOSO La capital catalana, que había proclamado como Rey de España a Carlos III, resistió un asedio de 13 meses pero, abandonada por la alianza austracista, al final sucumbió Cada 11 de septiembre muchos catalanes celebran su fiesta o «Diada». ¿Por qué el 11 de septiembre y no cualquier otra fecha del calendario? Porque el 11 de septiembre de 1714 la ciudad de Barcelona se rendía a las tropas del rey Felipe V, de la dinastía De Borbón. ¿Luchaban los catalanes por su independencia? No, luchaban por colocar en el trono español al archiduque Carlos de Austria, una pretensión que la derrota les arrebató. El 11 de septiembre de 1714 se enmarca en los estertores de la Guerra de Sucesión (1700-1714). Esta guerra dividió en dos bandos no sólo a los españoles, sino también, y primero, a los europeos. Cuando los aliados austracistas (Inglaterra, Holanda, Portugal, Austria) se dieron de baja en la contienda, ésta quedó sentenciada. Entonces Barcelona aún aguantó 13 meses de bloqueo antes de ser entregada. Rafael Casanova, conseller en cap, cayó herido, que no muerto, en esta batalla final. El testamento de Carlos II Para rememorar este lance histórico es necesario viajar más de tres siglos atrás. En 1700 el rey de España Carlos II, apodado El Hechizado, moría sin descendencia. En su testamento instituyó como heredero del trono a Felipe, duque de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV y también de la infanta española María Teresa de Austria. Rompía así, por voluntad propia y a pesar de las muchas presiones, con dos siglos (XVI y XVII) de reinados de la Casa de Austria en España e instauraba los reinados de la Casa de Borbón, que llegan hasta nuestros días. Pero esta ruptura iba a resultar traumática. Así lo explica el insigne historiador Ricardo de la Cierva en su monumental Historia total de España: «El testamento de Carlos II, abierto a raíz de su muerte entre una enorme expectación de España y de toda Europa, fue de momento respetado en Europa pero pronto desencadenó la repulsa del Imperio austriaco –a la que se unió la Corona británica, por razones de conveniencia y equilibrio- y con ella la guerra de Sucesión española, que fue una guerra europea en el interior de España y una guerra civil española porque mientras la antigua Corona de Castilla aceptaba a Felipe V los territorios de la antigua Corona de Aragón reconocieron por Rey de España al archiduque Carlos, denominado aquí Carlos III». Siguiendo la citada obra, el rey francés Luis XIV sabía que aceptar el testamento de Carlos II significaba la guerra europea contra Francia y España. Pero lo aceptó y presentó a su nieto Felipe como nuevo Rey de España ante la Corte reunida en el salón de los Espejos del palacio de Versalles. Le dio los siguientes consejos: debía ser un buen español pero no olvidar su origen francés; respetar las instituciones españolas, viajar continuamente por el país, sentir y demostrar un gran respeto por la Iglesia, cuyo poder e influencia en España eran decisivos, y acometer una profunda política de reformas para modernizar España. Felipe V El Animoso llega a España Con sus 17 años (había nacido en Versalles el 19 de diciembre de 1683), Felipe V entró en España con una resolución y confianza que le valieron el apelativo de El Animoso. Escribe De la Cierva: «Todos los reinos de Europa le reconocieron con mayor o menor sinceridad y los pueblos y ciudades de Guipúzcoa y Castilla le acogieron con entusiasmo desbordante». Después de aguardar unos días en Irún a que la reina viuda Mariana de Neoburgo se retirase a Toledo, llegó a Madrid el 18 de febrero de 1701. El 8 de mayo siguiente juró solemnemente como Rey de España ante las Cortes de Castilla reunidas en el convento de San Jerónimo el Real. Casi al tiempo, la parisina Ana María de la Trémoille, princesa de Orsini o de los Ursinos, concertaba en Turín el matrimonio de Felipe V con la princesa María Luisa Gabriela de Saboya, que por entonces tenía 13 años. Antes de conocer a su mujer, «Felipe V salió para Barcelona y en el camino juró los Fueros aragoneses en la basílica del Pilar de Zaragoza en medio del entusiasmo popular. En Lérida juró por primera vez los Fueros de Cataluña y luego renovó sus promesas ante las Cortes reunidas en Barcelona el 12 de octubre. Se presentó ante los catalanes, que recelaban de sus propósitos, como celoso defensor de sus libertades –dice el gran historiador catalán Jaime Vicens Vives- y promotor de su progreso. Aprobó en Barcelona concesiones muy importantes como un puerto franco para la ciudad y el establecimiento del comercio catalán con las Indias…» El 3 de noviembre de 1701 se encuentra por fin con su esposa en Figueras, y los reyes instalan ese invierno su Corte en Barcelona. La alianza austracista entra en liza La guerra se empezó a gestar en Europa, no en España. «El emperador Leopoldo de Austria intrigaba en las cancillerías protestantes y marítimas de Inglaterra y Holanda contra la alianza dinástica francoespañola, que podría dominar con facilidad todo el continente americano (…) Entonces Guillermo de Orange, rey de Inglaterra y archienemigo holandés de España, concertó en La Haya el 7 de septiembre de 1701 la gran alianza europea contra Luis XIV; la firmaron Inglaterra, Holanda, Dinamarca, el elector de Brandeburgo a quien el emperador Leopoldo reconoció como rey de Prusia y por supuesto el propio emperador de Austria, cuya dinastía se consideraba la gran perjudicada por la sucesión borbónica española». Las hostilidades estallan en Flandes e Italia en la primavera de 1702. Felipe V El Animoso llega por mar a Nápoles y consigue grandes victorias en la región del Po. Pero pronto la amenaza naval de las escuadras inglesa y holandesa se cierne sobre las costas españolas. Gracias al empuje y a las órdenes de la adolescente Reina María Gabriela, Cádiz resiste un asedio. Como dice Ricardo de la Cierva: «Pronto creyó toda Europa que Felipe V perdería su trono inevitablemente; pero los agoreros no contaban con una especie de milagro, la adhesión inquebrantable y absoluta de la antigua Corona de Castilla a unos Reyes que apenas habían tenido tiempo de arraigar en España. La victoria final de Felipe V y María Gabriela se ganó en los campos de batalla de España, pero dependió sobre todo de la adhesión popular, un factor moral». Sin embargo, el camino a la victoria sería largo y tortuoso. Entre 1704 y 1706 los borbónicos cosecharon importantes derrotas. Entre ellas, una muy dolorosa cuyas secuelas llegan hasta nuestros días: la pérdida de la ciudad de Gibraltar. El 4 de agosto de 1704, la escuadra anglo-holandesa del almirante Rooke consigue, gracias a una apabullante superioridad de fuerzas, la rendición de la plaza, defendida por don Diego de Salinas con 80 soldados y 470 milicianos. Los gibraltareños abandonan su ciudad solemnemente para instalarse en San Roque. El príncipe Darmstadt toma posesión de la Roca en nombre del Rey Carlos III de España. Inglaterra reconoce que ha conquistado Gibraltar para España el 17 de noviembre. Pero Rooke, que no consigue conquistar Ceuta, iza en el Peñón la bandera inglesa. Y desde entonces. La causa de Carlos III arraigó en España en los territorios de Aragón, Valencia y Cataluña. El motivo político fundamental es que recelaban de la Administración centralista borbónica, y temían por la pérdida de sus propios fueros e instituciones, como finalmente sucedió. «El 8 de agosto la escuadra aliada fondea junto a Denia (…) la rebelión prende con fuerza en el reino de Valencia, sobre todo desde el éxito decisivo de la escuadra en Barcelona, frente a la que apareció el 22 de agosto». En Barcelona también se produce una división entre borbónicos y austracistas, pero pronto el apoyo a Carlos III se convierte en hegemónico: «Antes de acabar el año 1705 toda Cataluña le reconocía por Rey menos la ciudad de Rosas; y todo el reino de Valencia menos la ciudad de Alicante enarbolaba también su pendón». La remontada borbónica No cabe aquí un recorrido exhaustivo por la Guerra de Sucesión, pero es importante destacar dos batallas decisivas, que terminaron de inclinar la balanza del lado de los borbónicos. El 25 de abril de 1707 los dos ejércitos chocaron en Almansa (Albacete), donde las tropas del duque de Berwick infligieron a las de Lord Galloway y el marqués das Minas una severísima derrota. A raíz de este destrozo en el ejército rival Berwick reconquistó Valencia el 8 de mayo y Játiva el 20 de junio, mientras que el duque de Orleans recuperó Zaragoza el 26 de mayo y Lérida el 14 de octubre. La segunda batalla decisiva es la de Villaviciosa y Brihuega, donde el duque de Vendôme obtiene una victoria total frente a los hombres de lord Stanhope. El duque de Vendôme, por cierto, dijo en cierta ocasión sobre Felipe V: «Jamás vi tal lealtad del pueblo con su rey». Fuera de los campos de batalla, otro hecho determinante vino a dejar la Guerra de Sucesión vista para sentencia. Se trata de la muerte del emperador José de Austria, hermano mayor del archiduque Carlos, lo que significa la sucesión de este al trono como Carlos VI. Ante este panorama, Inglaterra y Holanda deciden poner fin cuanto antes a la guerra para que no haya un Carlos III de España y VI de Alemania. Para Inglaterra, el equilibrio europeo ya no es lo que era. Los ingleses inician conversaciones en Utrecht el 29 de enero de 1712, de momento sin contar con España. Felipe V renuncia solemnemente al trono de Francia el 9 de noviembre de 1712. El 10 de julio de 1713 España firma el Tratado por el que entrega a Inglaterra Menorca y Gibraltar. Cataluña se sabe y se siente sola y abandonada. Felipe V miraba ya hacia Barcelona con inevitables ganas de revancha política, sin perjuicio de cierta magnanimidad. En el Tratado de Utrecht el Rey de España concedía a los rebeldes catalanes «la amnistía y todos los privilegios que poseen y gozan y en adelante puedan poseer y gozar los habitantes de las dos Castillas, que de todos los pueblos de España son los más amados del Rey católico». En cambio, la emperatriz Isabel Cristina, esposa del ya Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, engañaba a los representantes y gobernantes catalanes con promesas cada vez más vanas. Cataluña decide resistir El gobierno de Cataluña estaba formado entonces por tres instituciones: los Consejeros de Ciento, que administraban la ciudad de Barcelona, la Diputación del General o Generalidad y la Junta de Brazos. Estas tres instituciones se reúnen en junio de 1713 y deciden resistir hasta el final. Juega un papel principal la Junta de Brazos, donde destacan tres claros líderes: el gobernador Pedro de Torrellas, el conseller en cap Rafael Casanova y el general en jefe de la defensa, Antonio de Villarroel y Peláez. Ante la negativa de Barcelona a entregarse, el duque de Pópoli inicia un bloqueo de la ciudad. El 14 de febrero de 1714 fallece la Reina María Luisa Gabriela, cuya actuación había sido importantísima para lograr la victoria de la causa borbónica. El Rey de España entra en depresión. Los dos hijos vivos que quedaban del valeroso matrimonio llegarían a ser reyes de España como Luis I y Fernando VI. Es posible que sin su esposa María Luisa Gabriela Felipe de Borbón no hubiera llegado a convertirse en el Rey que más tiempo ha reinado en España: 45 años (1700-1746, con una interrupción de nueve meses en 1724). Cuando Felipe V vuelve a ocuparse de Cataluña, sus gobernantes no solo exigen el mantenimiento de sus fueros e instituciones, sino además tres millones de libras para compensar los daños de la guerra. Como contestación, Felipe V releva al duque de Pópoli por el duque de Berwick, el vencedor en Almansa. Este se pone al frente del asedio el 6 de julio, con un importante contingente francés y sin la más mínima oposición de Inglaterra. Cuenta con 40.000 hombres y 140 cañones para el tercer y definitivo asedio. «El mes de agosto es un asalto continuo» y el último amago de Inglaterra de interceder por los catalanes se queda en eso, en un amago. La batalla final Y así llega el 11 de septiembre de 1714. A las cuatro y media de la madrugada se inicia el asalto borbónico, que emplean en la ofensiva a más de 20.000 hombres. «La resistencia se encona, algún bastión, como el convento de san Pedro, cambia de mano once veces. A las dos horas de lucha, y a ruegos del general Villarroel, Rafael Casanova tremola la bandera de Santa Eulalia que enardece a los defensores en el punto más comprometido». Tanto Casanova como Villarroel caen heridos. La dura batalla se prolonga durante todo el día, hasta que, «ya cerrada la noche, algunos consellers enarbolan bandera blanca». El historiador catalán Ferrán Soldevila, en Síntesis de la historia de Cataluña, afirma: «La defensa fue tan heroica que suscitó el estupor y la admiración de toda Europa, ganándose el respeto de sus adversarios en sus figuras más dignas. El Consejo Municipal, que encabezaba Rafael de Casanova, fue el alma de la resistencia…» Casanova, añade De La Cierva, «consiguió ocultarse y pocos años después, incitado por sus familiares, se acogió al perdón real y residió hasta su muerte sin que nadie le molestara en San Baudilio de Llobregat». No menos reseñable es el comportamiento del vencedor, el duque de Berwick. Escribe De la Cierva: «El duque de Berwick, asombrado por el valor de los defensores, con quienes no se ensañó en momento alguno, otorga bajo palabra, pero sin firma, la capitulación; en la que ofrece la vida y la seguridad personal a quienes depongan las armas y la pena de muerte a quienes, de uno u otro bando, se desmanden después del armisticio. Tan admirable o más que la heroica defensa es el comportamiento de la ciudad al empezar la mañana: las tropas borbónicas entraban con orden, sin tropelías ni abusos, pero con sorpresa desmedida al contemplar cómo los barceloneses emprendían, en los comercios, los talleres y ante las casas, su quehacer diario como si no hubiese pasado nada». Al gran periodista Jaime Campmany le gustaba recordar estos versos de Manuel Machado: «Que lo que sucedió no haya pasado, cosa que al mismo Dios es imposible». Esta idea, traducida al lenguaje vulgar, se expresaría, hoy, más o menos así: «Lo que pasó pasó, entre tú y yo». Dentro de un año se cumplirán tres siglos de la batalla del 11 de septiembre de 1714: el día que Barcelona se rindió al Rey Felipe V de Borbón.

ASÍ ES LA Hª Y LA QUIEREN CAMBIAR.

EL DÍA EN QUE BARCELONA SE RINDIÓ A FELIPE V DE BORBÓN. FELIÈ V EL ANIMOSO La capital catalana, que había proclamado como Rey de España a Carlos III, resistió un asedio de 13 meses pero, abandonada por la alianza austracista, al final sucumbió Cada 11 de septiembre muchos catalanes celebran su fiesta o «Diada». ¿Por qué el 11 de septiembre y no cualquier otra fecha del calendario? Porque el 11 de septiembre de 1714 la ciudad de Barcelona se rendía a las tropas del rey Felipe V, de la dinastía De Borbón. ¿Luchaban los catalanes por su independencia? No, luchaban por colocar en el trono español al archiduque Carlos de Austria, una pretensión que la derrota les arrebató. El 11 de septiembre de 1714 se enmarca en los estertores de la Guerra de Sucesión (1700-1714). Esta guerra dividió en dos bandos no sólo a los españoles, sino también, y primero, a los europeos. Cuando los aliados austracistas (Inglaterra, Holanda, Portugal, Austria) se dieron de baja en la contienda, ésta quedó sentenciada. Entonces Barcelona aún aguantó 13 meses de bloqueo antes de ser entregada. Rafael Casanova, conseller en cap, cayó herido, que no muerto, en esta batalla final. El testamento de Carlos II Para rememorar este lance histórico es necesario viajar más de tres siglos atrás. En 1700 el rey de España Carlos II, apodado El Hechizado, moría sin descendencia. En su testamento instituyó como heredero del trono a Felipe, duque de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV y también de la infanta española María Teresa de Austria. Rompía así, por voluntad propia y a pesar de las muchas presiones, con dos siglos (XVI y XVII) de reinados de la Casa de Austria en España e instauraba los reinados de la Casa de Borbón, que llegan hasta nuestros días. Pero esta ruptura iba a resultar traumática. Así lo explica el insigne historiador Ricardo de la Cierva en su monumental Historia total de España: «El testamento de Carlos II, abierto a raíz de su muerte entre una enorme expectación de España y de toda Europa, fue de momento respetado en Europa pero pronto desencadenó la repulsa del Imperio austriaco –a la que se unió la Corona británica, por razones de conveniencia y equilibrio- y con ella la guerra de Sucesión española, que fue una guerra europea en el interior de España y una guerra civil española porque mientras la antigua Corona de Castilla aceptaba a Felipe V los territorios de la antigua Corona de Aragón reconocieron por Rey de España al archiduque Carlos, denominado aquí Carlos III». Siguiendo la citada obra, el rey francés Luis XIV sabía que aceptar el testamento de Carlos II significaba la guerra europea contra Francia y España. Pero lo aceptó y presentó a su nieto Felipe como nuevo Rey de España ante la Corte reunida en el salón de los Espejos del palacio de Versalles. Le dio los siguientes consejos: debía ser un buen español pero no olvidar su origen francés; respetar las instituciones españolas, viajar continuamente por el país, sentir y demostrar un gran respeto por la Iglesia, cuyo poder e influencia en España eran decisivos, y acometer una profunda política de reformas para modernizar España. Felipe V El Animoso llega a España Con sus 17 años (había nacido en Versalles el 19 de diciembre de 1683), Felipe V entró en España con una resolución y confianza que le valieron el apelativo de El Animoso. Escribe De la Cierva: «Todos los reinos de Europa le reconocieron con mayor o menor sinceridad y los pueblos y ciudades de Guipúzcoa y Castilla le acogieron con entusiasmo desbordante». Después de aguardar unos días en Irún a que la reina viuda Mariana de Neoburgo se retirase a Toledo, llegó a Madrid el 18 de febrero de 1701. El 8 de mayo siguiente juró solemnemente como Rey de España ante las Cortes de Castilla reunidas en el convento de San Jerónimo el Real. Casi al tiempo, la parisina Ana María de la Trémoille, princesa de Orsini o de los Ursinos, concertaba en Turín el matrimonio de Felipe V con la princesa María Luisa Gabriela de Saboya, que por entonces tenía 13 años. Antes de conocer a su mujer, «Felipe V salió para Barcelona y en el camino juró los Fueros aragoneses en la basílica del Pilar de Zaragoza en medio del entusiasmo popular. En Lérida juró por primera vez los Fueros de Cataluña y luego renovó sus promesas ante las Cortes reunidas en Barcelona el 12 de octubre. Se presentó ante los catalanes, que recelaban de sus propósitos, como celoso defensor de sus libertades –dice el gran historiador catalán Jaime Vicens Vives- y promotor de su progreso. Aprobó en Barcelona concesiones muy importantes como un puerto franco para la ciudad y el establecimiento del comercio catalán con las Indias…» El 3 de noviembre de 1701 se encuentra por fin con su esposa en Figueras, y los reyes instalan ese invierno su Corte en Barcelona. La alianza austracista entra en liza La guerra se empezó a gestar en Europa, no en España. «El emperador Leopoldo de Austria intrigaba en las cancillerías protestantes y marítimas de Inglaterra y Holanda contra la alianza dinástica francoespañola, que podría dominar con facilidad todo el continente americano (…) Entonces Guillermo de Orange, rey de Inglaterra y archienemigo holandés de España, concertó en La Haya el 7 de septiembre de 1701 la gran alianza europea contra Luis XIV; la firmaron Inglaterra, Holanda, Dinamarca, el elector de Brandeburgo a quien el emperador Leopoldo reconoció como rey de Prusia y por supuesto el propio emperador de Austria, cuya dinastía se consideraba la gran perjudicada por la sucesión borbónica española». Las hostilidades estallan en Flandes e Italia en la primavera de 1702. Felipe V El Animoso llega por mar a Nápoles y consigue grandes victorias en la región del Po. Pero pronto la amenaza naval de las escuadras inglesa y holandesa se cierne sobre las costas españolas. Gracias al empuje y a las órdenes de la adolescente Reina María Gabriela, Cádiz resiste un asedio. Como dice Ricardo de la Cierva: «Pronto creyó toda Europa que Felipe V perdería su trono inevitablemente; pero los agoreros no contaban con una especie de milagro, la adhesión inquebrantable y absoluta de la antigua Corona de Castilla a unos Reyes que apenas habían tenido tiempo de arraigar en España. La victoria final de Felipe V y María Gabriela se ganó en los campos de batalla de España, pero dependió sobre todo de la adhesión popular, un factor moral». Sin embargo, el camino a la victoria sería largo y tortuoso. Entre 1704 y 1706 los borbónicos cosecharon importantes derrotas. Entre ellas, una muy dolorosa cuyas secuelas llegan hasta nuestros días: la pérdida de la ciudad de Gibraltar. El 4 de agosto de 1704, la escuadra anglo-holandesa del almirante Rooke consigue, gracias a una apabullante superioridad de fuerzas, la rendición de la plaza, defendida por don Diego de Salinas con 80 soldados y 470 milicianos. Los gibraltareños abandonan su ciudad solemnemente para instalarse en San Roque. El príncipe Darmstadt toma posesión de la Roca en nombre del Rey Carlos III de España. Inglaterra reconoce que ha conquistado Gibraltar para España el 17 de noviembre. Pero Rooke, que no consigue conquistar Ceuta, iza en el Peñón la bandera inglesa. Y desde entonces. La causa de Carlos III arraigó en España en los territorios de Aragón, Valencia y Cataluña. El motivo político fundamental es que recelaban de la Administración centralista borbónica, y temían por la pérdida de sus propios fueros e instituciones, como finalmente sucedió. «El 8 de agosto la escuadra aliada fondea junto a Denia (…) la rebelión prende con fuerza en el reino de Valencia, sobre todo desde el éxito decisivo de la escuadra en Barcelona, frente a la que apareció el 22 de agosto». En Barcelona también se produce una división entre borbónicos y austracistas, pero pronto el apoyo a Carlos III se convierte en hegemónico: «Antes de acabar el año 1705 toda Cataluña le reconocía por Rey menos la ciudad de Rosas; y todo el reino de Valencia menos la ciudad de Alicante enarbolaba también su pendón». La remontada borbónica No cabe aquí un recorrido exhaustivo por la Guerra de Sucesión, pero es importante destacar dos batallas decisivas, que terminaron de inclinar la balanza del lado de los borbónicos. El 25 de abril de 1707 los dos ejércitos chocaron en Almansa (Albacete), donde las tropas del duque de Berwick infligieron a las de Lord Galloway y el marqués das Minas una severísima derrota. A raíz de este destrozo en el ejército rival Berwick reconquistó Valencia el 8 de mayo y Játiva el 20 de junio, mientras que el duque de Orleans recuperó Zaragoza el 26 de mayo y Lérida el 14 de octubre. La segunda batalla decisiva es la de Villaviciosa y Brihuega, donde el duque de Vendôme obtiene una victoria total frente a los hombres de lord Stanhope. El duque de Vendôme, por cierto, dijo en cierta ocasión sobre Felipe V: «Jamás vi tal lealtad del pueblo con su rey». Fuera de los campos de batalla, otro hecho determinante vino a dejar la Guerra de Sucesión vista para sentencia. Se trata de la muerte del emperador José de Austria, hermano mayor del archiduque Carlos, lo que significa la sucesión de este al trono como Carlos VI. Ante este panorama, Inglaterra y Holanda deciden poner fin cuanto antes a la guerra para que no haya un Carlos III de España y VI de Alemania. Para Inglaterra, el equilibrio europeo ya no es lo que era. Los ingleses inician conversaciones en Utrecht el 29 de enero de 1712, de momento sin contar con España. Felipe V renuncia solemnemente al trono de Francia el 9 de noviembre de 1712. El 10 de julio de 1713 España firma el Tratado por el que entrega a Inglaterra Menorca y Gibraltar. Cataluña se sabe y se siente sola y abandonada. Felipe V miraba ya hacia Barcelona con inevitables ganas de revancha política, sin perjuicio de cierta magnanimidad. En el Tratado de Utrecht el Rey de España concedía a los rebeldes catalanes «la amnistía y todos los privilegios que poseen y gozan y en adelante puedan poseer y gozar los habitantes de las dos Castillas, que de todos los pueblos de España son los más amados del Rey católico». En cambio, la emperatriz Isabel Cristina, esposa del ya Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, engañaba a los representantes y gobernantes catalanes con promesas cada vez más vanas. Cataluña decide resistir El gobierno de Cataluña estaba formado entonces por tres instituciones: los Consejeros de Ciento, que administraban la ciudad de Barcelona, la Diputación del General o Generalidad y la Junta de Brazos. Estas tres instituciones se reúnen en junio de 1713 y deciden resistir hasta el final. Juega un papel principal la Junta de Brazos, donde destacan tres claros líderes: el gobernador Pedro de Torrellas, el conseller en cap Rafael Casanova y el general en jefe de la defensa, Antonio de Villarroel y Peláez. Ante la negativa de Barcelona a entregarse, el duque de Pópoli inicia un bloqueo de la ciudad. El 14 de febrero de 1714 fallece la Reina María Luisa Gabriela, cuya actuación había sido importantísima para lograr la victoria de la causa borbónica. El Rey de España entra en depresión. Los dos hijos vivos que quedaban del valeroso matrimonio llegarían a ser reyes de España como Luis I y Fernando VI. Es posible que sin su esposa María Luisa Gabriela Felipe de Borbón no hubiera llegado a convertirse en el Rey que más tiempo ha reinado en España: 45 años (1700-1746, con una interrupción de nueve meses en 1724). Cuando Felipe V vuelve a ocuparse de Cataluña, sus gobernantes no solo exigen el mantenimiento de sus fueros e instituciones, sino además tres millones de libras para compensar los daños de la guerra. Como contestación, Felipe V releva al duque de Pópoli por el duque de Berwick, el vencedor en Almansa. Este se pone al frente del asedio el 6 de julio, con un importante contingente francés y sin la más mínima oposición de Inglaterra. Cuenta con 40.000 hombres y 140 cañones para el tercer y definitivo asedio. «El mes de agosto es un asalto continuo» y el último amago de Inglaterra de interceder por los catalanes se queda en eso, en un amago. La batalla final Y así llega el 11 de septiembre de 1714. A las cuatro y media de la madrugada se inicia el asalto borbónico, que emplean en la ofensiva a más de 20.000 hombres. «La resistencia se encona, algún bastión, como el convento de san Pedro, cambia de mano once veces. A las dos horas de lucha, y a ruegos del general Villarroel, Rafael Casanova tremola la bandera de Santa Eulalia que enardece a los defensores en el punto más comprometido». Tanto Casanova como Villarroel caen heridos. La dura batalla se prolonga durante todo el día, hasta que, «ya cerrada la noche, algunos consellers enarbolan bandera blanca». El historiador catalán Ferrán Soldevila, en Síntesis de la historia de Cataluña, afirma: «La defensa fue tan heroica que suscitó el estupor y la admiración de toda Europa, ganándose el respeto de sus adversarios en sus figuras más dignas. El Consejo Municipal, que encabezaba Rafael de Casanova, fue el alma de la resistencia…» Casanova, añade De La Cierva, «consiguió ocultarse y pocos años después, incitado por sus familiares, se acogió al perdón real y residió hasta su muerte sin que nadie le molestara en San Baudilio de Llobregat». No menos reseñable es el comportamiento del vencedor, el duque de Berwick. Escribe De la Cierva: «El duque de Berwick, asombrado por el valor de los defensores, con quienes no se ensañó en momento alguno, otorga bajo palabra, pero sin firma, la capitulación; en la que ofrece la vida y la seguridad personal a quienes depongan las armas y la pena de muerte a quienes, de uno u otro bando, se desmanden después del armisticio. Tan admirable o más que la heroica defensa es el comportamiento de la ciudad al empezar la mañana: las tropas borbónicas entraban con orden, sin tropelías ni abusos, pero con sorpresa desmedida al contemplar cómo los barceloneses emprendían, en los comercios, los talleres y ante las casas, su quehacer diario como si no hubiese pasado nada». Al gran periodista Jaime Campmany le gustaba recordar estos versos de Manuel Machado: «Que lo que sucedió no haya pasado, cosa que al mismo Dios es imposible». Esta idea, traducida al lenguaje vulgar, se expresaría, hoy, más o menos así: «Lo que pasó pasó, entre tú y yo». Dentro de un año se cumplirán tres siglos de la batalla del 11 de septiembre de 1714: el día que Barcelona se rindió al Rey Felipe V de Borbón.

martes, 10 de septiembre de 2013

CASANOVA ESATRÍA HORRORIZADO

CASANOVA ESTARÍA HORRORIZADO «El caudal de patrañas, embustes y tergiversaciones al que ha sido sometido el pueblo catalán ha logrado crear hoy una sociedad a imagen y semejanza del ideario nacionalista» L os nacionalismos fragmentarios precisan reescribir la historia para adaptarla a su dis¬curso, para legitimar su postura y sus aspi¬raciones. Lleva siendo así hace más de cien años y alguna de esas falsificaciones ha al¬canzado cierto predicamento .. Los embustes históricos, que si un día se intentaban colocar sibilinamente a través de los libros de textos, hoy se producen de manera industrial. Tal es el caso del llamado Institut de Nova Historia -acertadísimo nom¬bre, por cierto-, cuyos últimos estudios han descubier¬to que la epopeya americana fue en realidad cosas de ca¬talanes, que Miguel de Cervantes era en realidad Miquel Servent y la edición del Quijote que conocemos no es sino «una mala traducción del catalán», que los castellanos ursurparon a Hernán -Ferrán- Cortés su auténtica nacionalidad o, incluso, que Santa Teresa era en realidad la abadesa del Monasterio de Pedralbes . . El caudal de patrañas, embustes y tergiversa¬ciones al que ha sido sometido el pueblo catalán ha logrado crear hoy una sociedad a imagen y se¬mejanza del ideario nacionalista. El propio líder de la Lliga Catalanista Francesc Cambó confesa¬ba que su'«propaganda se dirigía principalmente a deprimir el Estado español y a exaltar las virtudes de la Cataluña pasada, presente y futura». Prat de la Riba iba un poco más allá en la hones¬tidad de su estrategia: «Tanto como exageramos la apología de lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, a tuertas y a derechas sin medida”. Lo cierto es que al principio los esfuerzos por desvincular a Cataluña del resto de España tuvieron escaso éxito: según confesaban los primeros catalanistas «(a principios de siglo) éramos muy pocos. Cuatro gatos. En cada comarca había aproximadamente un catalanista; era generalmente un hombre distinguido que tenía fama de chalado». Cien años y mu¬chos embustes después esos «chalados», ya encarama¬dos al Gobierno de la Generalitat, proclaman que tal día como hoy hace 299 años «el Estado catalán perdió su in¬dependencia». La mentira ha alcanzado carácter totémi¬co y ya no admite discusión alguna. Cataluña perdió su independencia el 11 de septiembre de 1714. Cabe deducir, por tanto, que para que la sociedad acabe por asumir como reales los nuevos «descubrimientos» de la Nava Historia tan solo fiará falta algo de tiempo y, eso sí, in¬gentes sumas de dinero que alimenten la gigantesca ma¬quinaria propagandista. Si hemos de ser honrados con el pasado, lo ocurrido hace tres siglos fue lo siguiente. Año 1700: Carlós II el úl¬timo rey de la dinastía habsbúrgica, llamado el Hechiza¬do, muere sin descendencia, nombrando como sucesor al trono de España al Barbón y nieto del Rey de Francia Felipe de Anjou, futuro Felipe V. Un rey «demente» y que «olía muy mal», según Albert Sánchez- Pinyol, autor del superventas Victus, el libro que leyó Rajoy durante sus vacaciones; Pinyol, por cierto, se mostraba convencido de que habría sido del gusto del presidente: «Al fin y al cabo, ganan los suyos». Pero volvamos a lo ocurrido a principios del XVIII. In¬glaterra, Austria y Holanda, resistiéndose a ver roto el equilibrio de fuerzas en el continente, proclaman su propio candidato al trono español-Carlos de Austria-, desatando la que dio en llamarse Guerra de Sucesión espa¬ñola; una guerra a la vez civil e internacional. Cada can¬didato representaba una concepción diferente de gobierno. Carlos de Austria personificaba el antiguo modelo foralista. Felipe V representaba un modelo más centralista, típicamente francés, que pretendía unificar jurídica y ad¬ministrativamente el territorio. En términos generales, la España castellana apoyó al candidato borbónico, y la España del viejo Reino de Aragón, al austracista. Pero no fueron ni mucho menos bloques homogéneos, hubo excepciones: el Valle de Arán , las comarcas catalanas del m interior, buena parte de Castellón y Alicante, el interior de la provincia de Valencia, las comarcas aragonesas de Tarazona y Calatayud. Todas ellas combatierom por el aspirante Borbón. Madrid, Toledo y Alcalá, por ejemplo, se mostraron partidarios del Archiduque Carlos. Como es abido, y al menos en esto aún nadie se ha inventado otra cosa, Felipe V gana la Guerra de Sucesión y es proclamado Rey: Barcelona fue el último foco de resistencia que capitulara a manos del ejército borbónico integrado, como es natural, también por catalanes-, el 11 de septiembre de 1714. Y aún en los días previos a la rendición circulaba por Barcelona el bando de Rafael de Ca¬sanova que animaba a los catalanes a «salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de los españoles bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por el rey; por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Hoy; sin embargo, la figura de Rafael de Casano¬va ha sido retorcida hasta transformar al personaje en un caudillo separatista. En el video de la Fundación Denaes que ha circulado masivamente estos días por las redes sociales, Pilar de Casanova, descendiente directa dél con¬seller en cap, reconoce su espanto por lo que considera una «burda manipulación histórica». Y añade: «Rafael de Casanova era un patriota español, toda mi familia defen¬dió siempre la unidad de España. Él estaría horrorizado de lo que han hecho con su figura».

MAS: MENTIRAS DE AYER, MENTIRAS DE HOY

MAS: MENTIRAS DE AYER, MENTIRAS DE HOY Ni Cataluña ha sido nunca otra cosa que España ni «España roba a Cataluña». Lo primero lo desmiente la historia; y lo segundo, las cifras reales de los ingresos de recursos públicos por habitante ARTUR Mas ha decidido convertir el Gobierno de Cata¬luña en un comité de festejos independentistas, finan¬ciados, eso sí, con dinero público, lo que debería ser den¬unciado por la Abogacía del Estado y el Ministerio Fiscal ante los tribunales como un posible delito de malversa¬ción de caudales públicos. La utilización de estos fondos para financiar los furores separatistas es una burla a los catalanes que sufren el recorte de servicios públicos básicos, y al resto de españoles, gracias a cuya solidaridad la Generalitat paga bue¬na parte de sus facturas. . Porque el falseamiento de la historia no es el único que ma¬neja con destreza el movimiento secesionista, que encuentra en el «España, contra Cataluña» y en el «España nos roba» un em¬buste de idéntico tamaño. Un repaso a las cifras, a las de verdad, que hoy publica ABC deja en evidencia el engaño con el que Mas adorna su mensaje victimista. Algunos ejemplos: Madrid, con un PIB por habitante 9,9% superior al catalán, ingresa unos re¬cursos públicos por habitante un 7,29% inferiores a Cataluña. Baleares (con un 15% menos de ingreso por habitante), Comunidad Valenciana (con un 20% menos), Murcia (con un 10% me-' nos) o Andalucía (con un 10% menos) son buena muestra del ta¬maño de la mentira sobre la que gira el soberanismo catalán. La exasperación separatista en Cataluña es una realidad de la que debe responder, Artur Mas, un político que sobrevive a su debilidad vendiendo los mensajes que en cada momento le con¬vienen y ante quien le conviene. Su responsabilidad -y la de tantos protagonistas de la vida política, social y cultural de Catalu¬ña por este clima de exaltación anticonstitucional y antiespa¬ñola no puede ser condonada por pactos de baja intensidad con el Gobierno central. No corresponde a Rajoy facilitar a Artur Mas una salida digna a su embrollo separatista, sino oponer al discurso secesionista un discurso constitucionalista, sin estridencias ni amenazas, sin mensajes patrioteros ni altisonantes. le Basta echar mano de la Constitución y de las leyes vigentes para e- recordar que ninguna Comunidad puede ser desleal con los intereses nacionales, y que, por ejemplo, ninguna sentencia firme a- del Tribunal Supremo, como las que ordenan asegurar el bilin¬güismo en Cataluña, puede ser desobedecida impunemente. Y entre tanta mentira y tanto recorte en lo básico, sigue el de¬rroche en gastos soberanistas. Ayer se inauguró el Born Centro Cultural, primer acto de la Conmemoración del tercer centena¬rio de la derrota de 1714 ante Felipe IV. La construcción de este recinto ha supuesto unos 84 millones de euros en medio de pro¬testas del vecindario y cuando hasta el Sindic de Greuges ha de¬nunciado el avance de la mal nutrición infantil en Cataluña.