El ilustrado
Voltaire, dueño de un humor cáustico y gran clarividencia, afirmó que
Cataluña «es uno de los países más fértiles de la tierra y de los mejor situados. Regada por hermosos ríos, arroyos y fuentes, tanto como la vieja y la nueva
Castilla están privadas de ellos, produce todo lo indispensable para las necesidades del hombre y todo lo que puede halagar sus deseos: árboles, granos, frutos y legumbres de todas clases». Lo hizo en la obra histórica el
«El Siglo de Luis XIV», de 1751, donde repasaba el gobierno del Rey Sol que domina más de un siglo de historia de
Francia.
El
francés también considera con su habitual astucia que «lejos de que la abundancia y las delicias los hayan reblandecido, los habitantes han sido siempre guerreros, y los montañeses, sobre todo, feroces. Pero, a pesar de su valor y de su extremado amor por la
libertad, han
estado subyugados en todos los tiempos: los conquistaron los romanos, los godos, los vándalos, los sarracenos». Es la misma opinión del historiador
Ricardo García Cárcel, el cual considera que «Cataluña nunca ha sido un
Estado autónomo. Siempre dependió jurídicamente de otros»
Este juicio, que parece aventurado, tiene una certera representación en la
historia: Cataluña en la mayoría de su existencia ha estado vinculada jurídicamente a grandes territorios, existiendo apenas días en los que llegó a ser
independiente de verdad. En ese sentido, se debe recordar que el origen de los condados catalanes tiene poco que ver con los Estados modernos, y están vinculados ya desde el inicio a la
Monarquía carolingia. Más aún, su pertenencia a la Hispania Romana, donde resulta parte fundamental, se corrobora en todos los textos clásicos (
Tito Livio, Estrabón, etc.).
Todos esos estados no pueden ser considerados como
«naciones», ya que el término jurídico es
inexistente en aquellos tiempos y solo aparece en el léxico común en la Edad Moderna de manera estrictamente cultural. Como afirma con clarividencia
Pierre Vilar en su
«Breve Historia de Cataluña»: «ante una historia multi milenaria, no debe pronunciarse (o escribirse) con demasiada alegría la palabra nación, ni siquiera la palabra
cultura». Ahora bien, ¿Cuándo empieza la vinculación del territorio catalán a grandes potencias externas? ¿Fue alguna vez
Cataluña independiente del resto de la Hispania o la Galia?
De Roma a los godos
La romanización fue especialmente fuerte en la costa española, en lo que se llamó
Hispania Citerior después de la división en el 197 a.C. Los historiadores
Roldán Hervás y
Wulff Alonso recuerdan como «el propio desarrollo de la conquista marcaba la pauta hacia el valle medio y bajo del Guadalquivir, el curso bajo del Ebro, Cataluña y la costa levantina y meridional mediterránea» en su libro sobre las
provincias romanas. Vinculada muy pronto a una unidad hispana, Estrabón la analiza como parte del territorio en su
«Geografía». Si bien la existencia de la colonia helena de
Ampurias desde 575 a.C. ejerció como núcleo irradiador en toda la Tarraconensis, se vincula étnicamente al grupo ibero. Historiadores nacionalistas como
Ferrán Soldevilla vieron las raíces de la «diferencia catalana» en estos contactos previos con los griegos y romanos, pero esto bien podría valer para el fuerte comercio de Gádir con el mediterráneo oriental o la rápida asimilación de la colonia cartaginesa a Roma después de las
Guerras Púnicas.
Tanto
Tarragona como Barcelona fueron ciudades de gran importancia en los siglos de transición al medievo. Barcelona llegó a ser la Corte del Rey godo
Ataulfo en el 415. Con la caída del
Imperio de Occidente, en el 476, los godos consiguen reconocimiento jurídico final en el
territorio que se construye entre las actuales España y Francia. Por otra parte, sus choques con los Francos, definitivos en la
Batalla de Vouillé (507), harán que se asienten finalmente en Hispania. El hijo del Rey godo derrotado en Vouillé, Gesalieco, volverá a establecer la capital en Barcelona, después de la pérdida de
Tolosa (la actual Tolouse francesa).
Este reino
visigodo, que pronto se centralizará en Toledo (a la mitad del siglo VI), contó siempre con la permanencia de los territorios de la actual Cataluña en el conjunto de Hispania. En los
Concilios de Toledo, especialmente el
III (En el 589, que da pie a la unidad religiosa y el fin del cisma
arriano), están presentes los Obispos de los territorios catalanes. De hecho, en las constantes guerras civiles y el
«morbo gótico» la provincia tarraconensis en fundamental en las disputas de poder de los sucesivos reyes góticos.
San Isidoro de Sevilla en su
«Historia de los Reyes de los Godos, vándalos y suevos» (619) resume cómo los reyes visigodos concebían la Hispania romana como una unidad. De hecho llama a Suintila, que expulsó a Suevos y Bizantinos, Rey de
«totius Spaniæ».
Una marca para una guerra
Con la derrota de los visigodos en
Guadalete, en el 711, comenzó de manera progresiva la
toma de la península ibérica por los árabes. Aunque fue una conquista relativamente rápida, la provincia al norte de los pirineos, la
septimania, no caerá hasta el 719. Allí comienza una guerra constante, permanente, entre los condes góticos resistentes, las expediciones de los
francos y las invasiones islámicas. La derrota de los musulmanes en
Poitiers, 732, liberará la zona de la presión desde Hispania. De hecho, por las grandes cantidades de
población visigoda exiliada después de la invasión musulmana septimania será conocida como «Gothia».
A finales del siglo VIII, con el apogeo del
Imperio Franco de
Carlomagno, se buscará intervenir en la península reconquistando territorios y erigiendo condados dependientes
jurídicamente del soberano. Esto era una marca, que en terminología medieval suponen los territorios de frontera dependientes de un
defensor, pero que teóricamente responden a un soberano. Con la septimania liberada ya, se reconquistará
Gerona en el 785 y Barcelona en el 801. Es el origen de la «Marca Hispánica»,
marasmo de condes francos y visigodos que servían como limes frente a los musulmanes.
Aunque muchos historiadores nacionalistas ven el origen de Cataluña en estas conquistas, la
«Marca» alcanzaba originariamente Pamplona al oeste, e incluía Aragón. El historiador
José Antonio Maravall dejó claro que ha creado «en los historiadores posteriores el hábito de aceptar la visión de la pretendida Marca Hispánica como si fuese un departamento organizado de un Estado administrativo de nuestros días. Marca Hispánica no es, consiguiente,
un nombre de país, menos aún el nombre de una región constituida como una parte del Reino franco». De hecho el propio nombre fue popularizado por el intelectual francés
Pierre de la Marca en tiempos de Luis XIV en su obra
«Marca hispanica sive limes hispanicus». ¿Su objetivo? Justificar la
anexión al Reino de Francia de los condados catalanes en el siglo XVII. Difusa justificación para considerar un territorio de frontera dependiente del Emperador de Occidente como la primera Cataluña.
Además, la aplicación de viejo código visigodo, el
Liber Judiciorum, es fundamental para entender la vinculación de Cataluña al resto de la antigua Hispania. Los carolingios mantuvieron, como afirma
Emilio Mitre Fernández, la jurisdicción conocedores que esta provincia pertenecía a la antigua jurisdicción hispana. De hecho, este código estuvo menos aplicado en otras regiones occidentales como Castilla, que se independizó pronto de las
viejas leyes visigodas que defendía el reino de León, como bien estudió Claudio
Sánchez Albornoz en su obra historiográfica.
Juego de tronos
La independencia «mitológica» de Cataluña procede de
Wifredo el Velloso, que transmitió en el 897 el condado a su hijo. Se consideraba que estos territorios,
alodiales y vinculados a una marca, no podían transmitirse. Ahora bien, no existe ningún documento que acredite una desvinculación de esos condados, que
comienza a dominar Barcelona, jurídicamente a Francia. Uno de sus sucesores,
Borrell II, fue más audaz y se declaró vasallo del 950 al 966 del Califa de Córdoba, Alhakén II. Estamos hablando en este tiempo del apogeo del califato, que atemorizaba a media España, y es entendible que pretendiera la paz con los belicosos musulmanes. No serviría de mucho: los condados serían igualmente arrasados por
Almanzor a finales del siglo X. Esto llevó a que pretendiera jurar fidelidad a
Hugo Capeto, que le pidió homenaje en Aquitania.
En este limbo jurídico,
los condados catalanes, todavía débiles, se vincularon
dinásticamente con el resto de reinos hispanos. Acabarán en la órbita de Aragón, con Alfonso II, a través del matrimonio de
Petronila y Ramón Berenguer IV (1150). Poco antes, con la coronación de
Alfonso VII de Castilla, el 26 de mayo de 1135, el conde de Barcelona reconocía al Rey de Castilla como
«Imperator Totius Hispaniae» asistiendo a la ceremonia. De hecho, el conflicto dinástico entre los herederos del propio Conde se dirimió ante el soberano de Castilla. Demasiados rasgos de dependencia para hablar de un Estado
«independiente».
Con su alianza dinástica a Aragón, que sirvió como escudo al viejo
vasallaje de Francia, acabará en el siglo XV con su unión a la dinastía castellana. Es el conocido como el
Compromiso de Caspe, de 1412, cuando
Fernando de Antequera ascendió al Trono de Aragón. Otro hecho «mitológico» para el nacionalismo,
Vicent Vives consideró que esta unión dinástica, que acabará después de los Reyes Católicos, fue beneficiosa para las dos Coronas. Castilla se benefició del «sentido utilitarista de la burguesía catalana» mientras que Cataluña conservó sus propias
leyes.Estas sería el motivo de disputa en los siglos subsiguientes.
Austrias y Borbones
Los Reyes Católicos, con su boda en 1469, unificaron dinásticamente el país y crearon una política exterior común. La legislación diversa entre los reinos se mantuvo, aunque
Fernando pudo resolver pleitos en el principado como los
«mals usos», los malos usos, que permitían según la jurisdicción catalana la usurpación de bienes e incluso el
maltrato del señor a su vasallo. A lo largo de los
Austrias mayores, Cataluña no tuvo problemas mayores con la Monarquía Hispánica, que la reconoció su legislación y jurisdicción. Aragón veía cobrar importancia a Valencia, mientras que Cataluña todavía se
recuperaba demográficamente de la Baja Edad Media. Recuerda el medievalista Sánchez Albornoz en su testamento político que «sin el sostén bélico y fiscal de la Corona castellana,
Cataluña habría sucumbido ante sus dos enemigos aliados (La Francia de los Valois y los Turcos)».
El siglo XVII, con la crisis política y económica de este
periodo, verá la única oportunidad donde Cataluña llegó a ser independiente: el año
1641. La guerra de la
Monarquía Hispánica contra el Reino de Francia, que tuvo como frontera a Cataluña, derivó en un conflicto local donde el
Conde-Duque de Olivares abusó de su «despotismo» en palabras de Voltaire. Su proyecto de
Unión de Armas quería hacer contribuir a todos los Reinos en dinero y soldados, pero se encontró con una feroz resistencia en Cataluña, a la que se le exigió un número de tributos y soldados excesivo, con un censo inflado de creer al historiador británico
John H. Elliott. El historiador también anglosajón
Henry Kamen ha estudiado cómo en este periodo comienza una gran comunicación entre Francia y Cataluña, con frecuentes migraciones en la zona del Rosellón.
Los sucesos fueron muy rápidos: en 1635 Francia ataca a los Habsburgotemerosa de su poder en Europa. España y el Imperio resisten bien el primer envite, pero la guerra acaba en un sinfín de sitios en los Pirineos y Flandes entre las dos alianzas. En medio de esa guerra, Olivares exigió a los catalanes que acogieran a los soldados de los Tercios. El Virrey Santa Coloma dejó clara la posición del Rey Felipe IV ante los catalanes «Cataluña es una provincia que no hay Rey en el mundo que tenga otra iguala ella. Ha de tener Rey y señores, pero que a estos señores no les han de hacer ningún servicio, ni aquel que es necesario precisamente para la conservación de ella. Que este Rey, y este señor, no ha de poder hacer ninguna cosa en ella cuantas quisiera, y lo que es más, ni de cuantas conviniere».
En medio de una
crisis económica, sin comunicación de comercio con Francia -esencial- por los
edictos de 1635 y 1638, estas medidas derivaron en la revuelta total. En mayo de 1640 el
Corpus acaba con los campesinos catalanes enfrentándose a los tercios. En junio entran en Barcelona y asesinan al Virrey Santa Coloma.
Pau Claris, clérigo que domina la
Generalidad, proclama por primera vez y última la
independencia catalana: el 17 de enero de 1641. No dominaba todo el principado, dividido entre los Reinos de España y Francia. El 23 de enero, instigado por Richelieu,
entregará la soberanía a Luis XIII de Francia.
La independencia no llegó a durar una semana. Cataluña estará vinculada al Reino de Francia desde 1641 hasta el Tratado de los Pirineos, en 1659. Perderá en ese tratado el
Rosellón y la parte norte de la
Cerdaña. Esa zona, afirma Kamen, estaba ya muy
afrancesada demográficamente.
La
dominación francesa, mucho más dura y absoluta que la hispana, provocó varias revueltas en el Rosellón. Estos hechos fueron claves, posteriormente, en la guerra de sucesión al trono de España: suerte de
contienda civil entre
Felipe de Borbón y Carlos de Habsburgo con una vertiente mucho más
dinástica que nacional (existieron cientos de austracistas en la Corona de Aragón y borbónicos en Castilla). La
traición de las autoridades catalanas a Felipe V, al que juraron, provocó los
Decretos de Nueva Planta, de 1707 a 1716 que unieron legislativamente los reinos como racionalización legislativa y que acabó con las constituciones catalanas.
En la épica defensa de Barcelona en esta guerra, que ha construido el imaginario del nacionalismo, la llamada a la defensa de la ciudad afirmaba que lo hacía por «por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Resulta difícil de pensar en manifiesto menos independentista.
Revolución y federalismo
En los tiempos modernos, con la
Monarquía unificada, Cataluña no intervino en apenas asonada autonomista. Existió un
«Memorial de Agravios» de 1760, por el cual se pretendía la vuelta a las viejas constituciones de Aragón, pero apenas encontró
eco tanto en la población como en el
Rey Carlos III. Cataluña fue gobernada por un Capitán General en los primeros años, luego de la resistencia feroz al nuevo modelo legal de la dinastía Borbón. Pero hubo de ser
Napoleón quién la desgajara de España en su invasión, aunque se enfrentó a la propia resistencia de la población y su aceptación de la
Constitución de Cádiz, en 1812. La única pervivencia de los viejos usos catalanes será en las guerras entre
legitimistas (carlistas) y liberales, teniendo los primeros gran apogeo en la
Cataluña rural.
La revolución de 1868, con la
República de 1873, será el primer pistoletazo de salida del
autonomismo catalán. El ideario de este, fuertemente
federal y españolista a su manera, se resume en «Las Nacionalidades» de
Francisco Pi i Margall:
«La federación es, pues, el mejor medio no solo para determinar y constituir las nacionalidades, sino también para asegurar en cada una la libertad y el orden y levantar sobre todos un poder que, sin menoscabarles en nada la autonomía, corte las diferencias que podría llevarlas a la guerra y conozca de los intereses que les son comunes»
La
revolución cantonal del 73, donde el federalismo fue «enterrado» de creer al republicano
Emilio Castelar, acabará con cualquier ideal autonomista a corto plazo. De manera interesante, los disturbios en
Cataluña no fueron decisivos como en el País Vasco o el Levante del país.
A lo largo de este final del siglo XIX, aunque se data ya de 1833, la llamada
Renaixença va a hacer sobrevivir el
idioma catalán y las tradiciones del país. Gracias a historiadores románticos y nacionalistas como
Torres Amato
Bofarull i Mascaró se construirá un imaginario de mitos sobre el pasado de Cataluña, donde se extirpará todas las conexiones del país con España.
Las Bases de Manresa, en 1892, serán su proyecto político fuertemente inspirado en el nacionalismo alemán más conservador que vincula la lengua a la política.
Valentí Almirall será el hombre clave en virar del federalismo al primer catalanismo, muy alejado del ideal internacionalista de
Proudhon, base de las ideas de Pi y Margall.
Una nación para una clase social
La
crisis de los partidos dinásticos en Cataluña, estudiada por
Javier Tusell y otros autores, acabará con la sustitución en la Restauración de estos por fuerzas en inicio regionalistas y por último
nacionalistas. Se cita, principalmente, a
Prat de la Riba como instigador, pero el verdadero gran hombre en la sombra será
Francesc Cambó. Entre la autonomía y el gobierno central, entre Cataluña y España, su política de
doble juegoconseguirá a través de hechos audaces
la mancomunidad catalana de
Alfonso XIII en 1914. Hizo en sus «Memorias» el mejor resumen sobre el ascenso nacionalista en estos años:
«Diversos hechos ayudaron a la rápida difusión del catalanismo. La pérdida de las colonias, después de una sucesión de desastres, provocó un inmenso desprestigio del Estado. El rápido enriquecimiento de Cataluña, fomentado por el gran número de capitales que se repatriaban de las colonias perdidas, dio a los catalanes el orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que les hizo propicios a la acción de nuestra propaganda dirigida a deprimir el Estado español y a exaltar las virtudes y merecimientos de la Cataluña pasada, presente y futura»
No se debe olvidar, afirma
García-Cárcel, que el nacionalismo tuvo un marcado carácter de
clase en aquellos años. Recuerda el historiador, como también citaba
Pierre Vilar, que «la burguesía catalana solía demandar a la autoridad estatal resolver sus problemas sociales». De hecho las clases populares, de origen hispano, solían ser ferozmente anti nacionalistas, cosa que supo utilizar
Lerroux en su etapa de «Emperador del Paralelo». Muchas de estas clases populares derivaron en la
CNT, fortísima en Barcelona, o movimientos populares de
izquierda socialista.
La
II República, por último, verá las últimas asonadas de Cataluña a favor de su independencia: en 1931
Francesc Macià proclamó el 14 de abril de 1931 « la República Catalana como Estado integrante de la
Federación Ibérica». Los ecos de Pi y Margall son, de nuevo, inconfundibles en el texto del
viejo militar. La sustitución de los viejos partidos nacionalistas por la Esquerra, más combativa, se concretarán especialmente en su apoyo al
golpe y revolución de 1934. Esta será la segunda «independencia» de Cataluña más conocida.
Después de mantener a lo largo de esta primera semana posiciones ambivalentes con
Alcalá-Zamora, presidente de la
II República, Companys se unirá a la revuelta de las izquierdas en este mes. Se temía un golpe ultraconservador ante la entrada de los ministros de la CEDA, pero autores como
Stanley G. Payne demuestran que la intentona tuvo mucho de «revolución» preparada
largos meses antes. Lo interesante es que Companys, que rompió con la legalidad republicana,
no llegó a declarar la independencia total de Cataluña y afirmó de nuevo en el balcón de la Generalidad:
«En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República Federal Española, y al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el gobierno provisional de la República»
Otra vez rasgos del
viejo federalismo resuenan en la pieza del político nacionalista. La intentona se saldó con la muerte 46 personas, entre mozos de Escuadra y militares, y con medio gobierno de la Generalidad huyendo por las
alcantarillas.
Josep Pla ironizó de manera maliciosa en sus Crónicas Parlamentarias de
«La Veu de Catalunya» sobre los hechos de 1934, que consideró en gran parte una
«opereta». Habla de cómo todo en este periodo se construye a través de
«desbordamientos»: Dencàs, político de esquerra, superando a Companys y Largo Caballero haciéndolo con Besteiro, en el
PSOE.
El carácter
«teatral» de estos actos llevan a la cita de Marx en su clásico texto sobre el
18 Brumario. En este, refiriéndose al golpe de
Napoleón III,considera que los hechos se repiten «una vez como
tragedia y la otra como
farsa». Estos hechos bien valdrían para el eclesiástico
Pau Claris y el político
Lluís Companys.
En el mundo, pero fuera de él
Cataluña, en definitiva, no ha llegado a ser más que independiente
una semana de 1641. Su carácter jurídico particular, sus vinculaciones permanentes con los
territorios colindantes, hacen imposible hablar de un Estado propio e independiente fuera de otros poderes. Más aún, esta legislación si bien sirvió para evitar abusos del despotismo, como afirman de manera permanente los historiadores propios del
nacionalismo, encarceló también al país en unas
estructuras sociales obsoletas para la época moderna, como bien vio Vicent Vives en su obra historiográfica. Esa esa tensión la que le hizo afirmar a
Quevedo que los catalanes son:
« Libres con señor; por esto el conde de Barcelona no es dignidad, sino vocábulo y voz desnuda. Tienen príncipe como el cuerpo alma para vivir y como éste alega contra la razón apetitos y vicios, aquéllos contra la razón de su señor alegan privilegios y fueros. Dicen que tienen Conde, como el que dice que tiene tantos años, teniéndole los años a él».
O de manera más maliciosa y corta, como es habitual en él, Voltaireresume todo en este célebre aforismo: «Cataluña, en fin, puede prescindir del universo entero, y sus vecinos no pueden prescindir de ella».