martes, 10 de septiembre de 2013
CASANOVA ESATRÍA HORRORIZADO
CASANOVA ESTARÍA HORRORIZADO «El caudal de patrañas, embustes y tergiversaciones al que ha sido sometido el pueblo catalán ha logrado crear hoy una sociedad a imagen y semejanza del ideario nacionalista» L os nacionalismos fragmentarios precisan reescribir la historia para adaptarla a su dis¬curso, para legitimar su postura y sus aspi¬raciones. Lleva siendo así hace más de cien años y alguna de esas falsificaciones ha al¬canzado cierto predicamento .. Los embustes históricos, que si un día se intentaban colocar sibilinamente a través de los libros de textos, hoy se producen de manera industrial. Tal es el caso del llamado Institut de Nova Historia -acertadísimo nom¬bre, por cierto-, cuyos últimos estudios han descubier¬to que la epopeya americana fue en realidad cosas de ca¬talanes, que Miguel de Cervantes era en realidad Miquel Servent y la edición del Quijote que conocemos no es sino «una mala traducción del catalán», que los castellanos ursurparon a Hernán -Ferrán- Cortés su auténtica nacionalidad o, incluso, que Santa Teresa era en realidad la abadesa del Monasterio de Pedralbes . . El caudal de patrañas, embustes y tergiversa¬ciones al que ha sido sometido el pueblo catalán ha logrado crear hoy una sociedad a imagen y se¬mejanza del ideario nacionalista. El propio líder de la Lliga Catalanista Francesc Cambó confesa¬ba que su'«propaganda se dirigía principalmente a deprimir el Estado español y a exaltar las virtudes de la Cataluña pasada, presente y futura». Prat de la Riba iba un poco más allá en la hones¬tidad de su estrategia: «Tanto como exageramos la apología de lo nuestro, rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, a tuertas y a derechas sin medida”. Lo cierto es que al principio los esfuerzos por desvincular a Cataluña del resto de España tuvieron escaso éxito: según confesaban los primeros catalanistas «(a principios de siglo) éramos muy pocos. Cuatro gatos. En cada comarca había aproximadamente un catalanista; era generalmente un hombre distinguido que tenía fama de chalado». Cien años y mu¬chos embustes después esos «chalados», ya encarama¬dos al Gobierno de la Generalitat, proclaman que tal día como hoy hace 299 años «el Estado catalán perdió su in¬dependencia». La mentira ha alcanzado carácter totémi¬co y ya no admite discusión alguna. Cataluña perdió su independencia el 11 de septiembre de 1714. Cabe deducir, por tanto, que para que la sociedad acabe por asumir como reales los nuevos «descubrimientos» de la Nava Historia tan solo fiará falta algo de tiempo y, eso sí, in¬gentes sumas de dinero que alimenten la gigantesca ma¬quinaria propagandista. Si hemos de ser honrados con el pasado, lo ocurrido hace tres siglos fue lo siguiente. Año 1700: Carlós II el úl¬timo rey de la dinastía habsbúrgica, llamado el Hechiza¬do, muere sin descendencia, nombrando como sucesor al trono de España al Barbón y nieto del Rey de Francia Felipe de Anjou, futuro Felipe V. Un rey «demente» y que «olía muy mal», según Albert Sánchez- Pinyol, autor del superventas Victus, el libro que leyó Rajoy durante sus vacaciones; Pinyol, por cierto, se mostraba convencido de que habría sido del gusto del presidente: «Al fin y al cabo, ganan los suyos». Pero volvamos a lo ocurrido a principios del XVIII. In¬glaterra, Austria y Holanda, resistiéndose a ver roto el equilibrio de fuerzas en el continente, proclaman su propio candidato al trono español-Carlos de Austria-, desatando la que dio en llamarse Guerra de Sucesión espa¬ñola; una guerra a la vez civil e internacional. Cada can¬didato representaba una concepción diferente de gobierno. Carlos de Austria personificaba el antiguo modelo foralista. Felipe V representaba un modelo más centralista, típicamente francés, que pretendía unificar jurídica y ad¬ministrativamente el territorio. En términos generales, la España castellana apoyó al candidato borbónico, y la España del viejo Reino de Aragón, al austracista. Pero no fueron ni mucho menos bloques homogéneos, hubo excepciones: el Valle de Arán , las comarcas catalanas del m interior, buena parte de Castellón y Alicante, el interior de la provincia de Valencia, las comarcas aragonesas de Tarazona y Calatayud. Todas ellas combatierom por el aspirante Borbón. Madrid, Toledo y Alcalá, por ejemplo, se mostraron partidarios del Archiduque Carlos. Como es abido, y al menos en esto aún nadie se ha inventado otra cosa, Felipe V gana la Guerra de Sucesión y es proclamado Rey: Barcelona fue el último foco de resistencia que capitulara a manos del ejército borbónico integrado, como es natural, también por catalanes-, el 11 de septiembre de 1714. Y aún en los días previos a la rendición circulaba por Barcelona el bando de Rafael de Ca¬sanova que animaba a los catalanes a «salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de los españoles bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por el rey; por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Hoy; sin embargo, la figura de Rafael de Casano¬va ha sido retorcida hasta transformar al personaje en un caudillo separatista. En el video de la Fundación Denaes que ha circulado masivamente estos días por las redes sociales, Pilar de Casanova, descendiente directa dél con¬seller en cap, reconoce su espanto por lo que considera una «burda manipulación histórica». Y añade: «Rafael de Casanova era un patriota español, toda mi familia defen¬dió siempre la unidad de España. Él estaría horrorizado de lo que han hecho con su figura».
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