viernes, 11 de abril de 2008

DEJEN TRANQUILA NUESTRA LENGUA



DEJEN TRANQUILA NUESTRA LENGUA.

BASTANTES problemas tiene nuestra asen­dereada lengua española (más en España que en América, la verdad) para que la me­tan en el quirófano y la sometan a delicadas ope­raciones en nombre de la igualdad. Pero esto es lo que leo que proponen nuestro presidente. Bastan­tes problemas aguardan al niño en la vida para que, además de ellos y de la lengua común que ha­blamos todos, tengan que lidiar con un idioma es­pecial, «el igualitario», lo llamaríamos.

En fin, creía que esa oleada había medio pasa­do. Recuerdo cuando bombardeaban a la Acade­mia con propuestas de estas. Parecía que había escampado. Pero no.

Yo siempre vuelvo a los griegos. Recuerdo aquella anécdota que contaban los cínicos de Jan­tipa, la mujer de Sócrates. Aburrida de la chácha­ra de los filósofos bajo su ventana, les vertió enci­ma un jarro de agua. Sócrates, imperturbable, co­mentó: llueve, ya escampará. Pero no acaba de es­campar Y recuerdo cuando Protágoras, el sofis­ta, quería a su vez introducirla igualdad en el len­guaje: «la artesa» era femenina en griego, pero terminaba en -os, él proponía terminarla en --a. «El gallo» y «la gallina» se las arreglaban con una sola palabra (como nosotros en el caso de «la zorra» o «el ratón»). Protágoras quería dos palabras. Era un feminista anticipado, pero su amigo. Pericles no le hacía caso. En fin, perdonen tanto griego, pero no tengo la culpa. Los griegos eran incordiantes Y lo anticiparon casi todo.

Y perdonen que vuelva al tema del género, que me aburre soberanamente. Pero me fuerzan a ello nuestro presidente y nuestras feministas. Lo sabemos todo del género, pero los igualitarios y las igualitarias saben poco. No saben, por ejem­plo, parece, que los problemas del género no son solo del español, sino de casi todas las lenguas ín­do europeas de Europa (salvo las que lo han perdi­do, como el inglés). Y que el género no es solo sexo, cuéntenme qué sexo tienen «la silla» o «el banco». Y que no tiene una forma única, hay mas­culinos en -a (, «la médica»). Etc. ¡Va­liente caja de Pandora, otra vez los griegos, han abierto!

Sobre todo: no hay por qué sacar siempre a la luz el sexo, esa diferencia que a veces no interesa. Hombres y mujeres somos iguales quizá en un 90 o 95 por ciento. ¿Quién nos obliga a marcar siem­pre el sexo? ¡Qué obsesión! Lo quieren atornillar cada vez más en la lengua. Vaya por Dios. y el género no es siempre sexo. Las marcas del género-sexo son irregulares, ya dije. E igual las del género-no sexo: «la mesa», «la nariz», «el ban­co», «el hombro», «el ordenador» nada tienen que ver con el sexo y carecen de marcas regulares de género. Y a veces ni marcamos la diferencia sexual, no nos interesa. Decimos «el hombre» (<

2 comentarios:

Anónimo dijo...

fuente:tantaluchatantasonrisa
El androcentrismo, el hombre como medida de todas las cosas, es el que lleva a considerar el comportamiento masculino normal, y el femenino, deficitario, desviado de esa norma. El mundo se define en masculino y el hombre se atribuye la representación de todas las cosas. Vivimos en una sociedad patriarcal, sexista, una sociedad a la medida del hombre y de todo lo que éste representa.

Uno de los instrumentos más poderosos del patriarcado es el lenguaje. Un lenguaje que es sexista en tanto que la sociedad lo es. El lenguaje se erige en reflejo de una situación discriminatoria que al mismo tiempo contribuye a perpetuar dicha situación (retroalimentación), debido a la influencia que ejerce sobre nuestro pensamiento. El pensamiento se puede expresar mediante la conducta y el lenguaje, es decir, lo que hablamos es lo que pensamos, y como lo que hablamos es sexista, nuestro pensamiento es sexista, y por consecuencia nuestro comportamiento también lo es, y por extensión la sociedad también. El aprendizaje del lenguaje tiene carácter social y el comportamiento lingüístico forma parte de nuestro comportamiento social en general. Juega un papel muy importante en la socialización, en el desarrollo de la identidad y por supuesto tiene una estrecha relación con el pensamiento. El lenguaje comunica, representa la realidad (nombra la realidad, la crea, la ordena, la interpreta, le da significado), es el vehículo de cultura, refleja la sociedad en cada momento y condiciona nuestro pensamiento. Determina lo individual (pensamiento), lo Interpersonal (individuo-individuo, comunicación), lo grupal y lo social y cultural (sociedad).



Así que, es evidente que el lenguaje se nos presenta como una de las más poderosas armas del patriarcado (pone a cada persona, sea hombre o mujer, en su lugar: uno será el opresor, el poder, la fuerza, el que nada tiene que demostrar; y otra será la subordinada, la debilidad, la que todo tiene que demostrar). El uso de un lenguaje sexista provoca un mantenimiento y una reproducción del sistema patriarcal. Nuestra lengua es sexista porque la sociedad lo es (asigna valores, capacidades, diferencia roles, etc), el lenguaje trasmite ideología, ideología patriarcal. Existe una evidente desigualdad social entre el hombre y la mujer, y esta desigualdad es condicionante de la discriminación lingüística.

El hombre viene definido en el mundo formal según por lo que hace, y la mujer viene definida en términos de sus relaciones con el hombre. Los hombres operan en el mundo como seres autóctonos, mientras que se define a la mujer, se le da identidad, según los hombres con los que se relacione (la mujer de, la novia de). Por esto no es de extrañar que en el lenguaje lo masculino sea lo universal, lo generalmente válido, lo relacionado con la vida pública, lo que todo lo nombra, lo que encierra las connotaciones positivas. Mientras que lo femenino sea lo particular, la excepción a la regla, lo que nombra la vida privada, la individualidad, lo que encierra connotaciones negativas (Fray Luis de León: “La mujer es ante todo intimidad y vida privada...su papel es más bien silencioso, de pura presencia...Representa la serenidad callada frente a la ruidosa acción del hombre”). Además, en el aprendizaje del habla se esbozan las bases de la masculinidad y la feminidad. Del mismo modo que a la mujer no se le ha permitido expresar la agresividad mediante el lenguaje insultante u ofensivo, al hombre se le ha vedado el lenguaje afectivo, la expresión del cariño mediante palabras dulces.

A ambos se les niega dar rienda suelta a sus sentimientos, a unas para ajustarse a la imagen social de feminidad que se les impone, y que excluye la fuerza verbal; a otros para seguir el patrón de masculinidad estipulado, que veta expresiones de afecto en aras de una supuesta virilidad.

Y así nos enseñan a usar el lenguaje desde pequeñ@s, es lo establecido, es lo normal, nadie lo cuestiona. El lenguaje refleja una realidad desigual y la afianza, omite lo femenino de nuestros discursos, da valor negativo (desprestigio, desvalorización) a muchas palabras dichas en femenino (zorra, secretaria, bruja, señora pública, suegra, etc.). Los epítetos, los refranes, los proverbios, los chistes, los insultos, no son más que una forma de terrorismo verbal masculino de aceptación y reproducción general, no es más que una muestra de la humanidad entera. ¿Qué estructuras mentales va a desarrollar una niña que crece entre conversaciones en las que queda excluida (todos quieren jugar, los niños van a la escuela, el primero tendrá un regalo, los derechos de los niños...)? ¿Qué estará pasando en su cabeza, respecto a su aceptación de roles, cuando imagine lo que quiere ser de mayor (me gustaría ser abogado, médico, arquitecto, ingeniero...)?

Las mujeres desaparecen de muchos ámbitos, áreas. Las mujeres son escondidas, silenciadas, no nombradas. Si defendemos nuestro derecho a estar en otros sitios, debemos defender nuestro derecho a estar en el lenguaje. Si nos posicionamos ante cualquier tipo de violencia contra las mujeres, no debemos olvidar la violencia que se hace mediante el lenguaje, verdaderas masacres en nuestro pensamiento. Es un modo más de opresión a las mujeres. Tenemos que defender una representación de las dos realidades existentes, lo masculino y lo femenino (porque lo masculino no abraca lo femenino, son dos existencias distintas), hay que representar la condición sexuada de la humanidad. El cambio del lenguaje desembocará en un cambio de pensamiento, seremos sensibles a las dos realidades pensaremos en ellas. No podemos olvidar la existencia de la mujer (no sólo en la particularidad), como ser autónomo y libre.
Que desaparezca el sexismo en el lenguaje es una ardua tarea, que tiene que venir de cada uno y una de nosotr@s. Concienciarnos de que los desequilibrios lingüísticos provocan desigualdades sociales. Que surja un esfuerzo personal a la hora de utilizar nuestro lenguaje en consecuencia con lo que pensamos, por lo que luchamos y por la sociedad que queremos construir. Contagiar esta sensibilidad y este cambio de actitud a l@s que nos rodean. Empecemos a cuestionar lo establecido, es un trabajo de todas y todos, combatámoslo cambiándolo.

os dejo esta muy interesante página donde está explicado en detalle en un libro:
www.nodo50.org/mujeresred/manual_
lenguaje_admtvo_no_sexista.pdf

Tere Marin
www.sexismopublicitario.blogspot.com
www.novoyatirarlatoalla.blogspot.com

Pais Vasco-Ibasque dijo...

Tan verdad es que las personas hacen al lenguaje como que el lenguaje hace a las personas. El lenguaje es muy importante. No es tan sencillo como poner juez y jueza, no es tan sencillo como acabar en!"a" o en "o" una palabra. Citas al inglés, podría citarse también el euskera,ambos no tienen género gramatical pero te aseguro que el machismo impregna, también, ambas lenguas. Los lenguajes hacen a las personas, no cabe duda,por ello no es baladí el hecho de "perder el tiempo" hablando en masculino y femenino a la vez.
saludos.