EL CRISTIANISMO Y LA CRISIS DE LOS SESENTA
Retorno a casa
Por José Luis Restán
Sucedió en el marco del Encuentromadrid 2007, un evento de presencia católica abierta al debate con todas las experiencias, promovido por el movimiento católico Comunión y Liberación, cuya cuarta edición se desarrollaba en la madrileña Casa de Campo el pasado fin de semana. Entre los participantes se encontraba el periodista irlandés John Waters, afamado articulista del diario Irish Times, de cuyo itinerario personal y análisis cultural cabe extraer numerosas enseñanzas para la situación española.
Waters comenzó describiendo la fisonomía y el papel histórico del catolicismo irlandés, sobre todo a partir de la gran hambruna que desangró al país a mediados del siglo XIX, que provocó la necesidad de que la Iglesia asumiera el gobierno moral de la nación. El catolicismo era un dato que se daba por descontado, algo así como un rasgo genético del ser nacional de Irlanda, luego no era necesario profundizar en una personalización de la fe, tan solo asegurar el predominio social de un conjunto de valores que constituían la trama ético-cultural de la nación.
Todo esto produjo un acentuado moralismo, acompañado de una gran laguna en todo lo que se refiere al diálogo crítico con la modernidad. Si a eso unimos un tipo de piedad poco inclinada a la alegría, tenemos el puzzle completo con el que se llega a la década de los sesenta.
Cuando las olas de la tormenta revolucionaria del Mayo del 68 llegan a las costas de la "Isla de los santos", el objetivo principal sobre el que buscan descargar sus furias no puede ser otro que la Iglesia; ésta, social e institucionalmente fuerte, parece interponer un dique poderoso a la fuerza de este oleaje, pero a la larga no dispone de los resortes vitales para afrontar el desafío. Waters fue uno de los miles de jóvenes que abandonaron más o menos clamorosamente una barca que consideraban absurda y oxidada, más aún, que sentían como un dogal que impedía la realización de su propio deseo de felicidad.
Ante un auditorio repleto y atento, Waters describió el modo fatuo en que tantos se abonaron a las filas de un pensamiento progresista que exaltaba una libertad sin vínculos y que proyectaba la gran utopía de un mundo felizmente liberado de las ataduras de la tradición (léase familia, orden social, religión...) en el que cada uno podría realizar sin trabas su propio proyecto para ser feliz.
En su juventud, nuestro protagonista exploró todos los caminos que abría esa mentalidad progresista, frente a la cual la Iglesia sólo parecía enarbolar un discurso moral, incapaz de atravesar la corteza del escepticismo y de movilizar el corazón de aquella generación. Tuvo que ser la dura experiencia del alcohol, del fracaso en la relación amorosa, y de la fragilidad radical de sus amistades, la que le llevase a tocar fondo, y comenzar una lenta y dolorosa apertura a la antigua tradición católica en la que se había formado. Uno de los aspectos más singulares del testimonio de este periodista irlandés, durante años auténtico referente de la mentalidad progresista, fue la denuncia de la censura cultural que dicha mentalidad ejerce, muy especialmente en el campo del periodismo.
Irlanda ha sufrido un proceso cultural que tiene profundas analogías con el caso español. Una tradición católica profundamente arraigada en la historia, ha sufrido un desgaste terrible en poco tiempo, y las terapias del moralismo y de la mera defensa del patrimonio de los valores cristianos han mostrado su insuficiencia absoluta para responder a una auténtica mutación. Por otra parte, la disolución del tejido moral compartido, unida al fortísimo progreso económico, han abierto un espacio de profunda insatisfacción.
Son muchos los que están de vuelta de las falsas promesas del 68, pero son incapaces de retomar el hilo de la tradición católica, porque no la reconocen como una respuesta a sus esperanzas frustradas. En este sentido, Waters advirtió del riesgo de reducir la propuesta católica a una agenda de temas perfectamente previstos y ya clasificados por la mentalidad progresista, tales como la defensa de la familia y la lucha contra el aborto. Con el símil de la estructura de un periódico, Waters decía que de esa manera los católicos son ubicados en una determinada página, privándoles de toda incidencia sobre el problema de fondo.
Por supuesto, esos y otros asuntos formarán parte siempre de la misión de la Iglesia, pero incluso para defender eficazmente valores como el matrimonio o la vida del no nacido, es preciso recuperar una razón y una libertad que están profundamente dañadas. La vuelta al hogar de la Iglesia sólo fue posible para John Waters porque encontró una experiencia de fe que abrazaba todo su drama, que tomaba en serio sus preguntas humanas y no se quedaba atascada en la mera enunciación de un discurso y de unos valores.
En el Encuentromadrid, este periodista, que sigue siendo uno de los más apreciados del panorama irlandés, manifestó que si sus compatriotas redescubriesen el cristianismo de este modo se produciría una verdadera revolución cultural.
A fin de cuentas, el cristianismo (y lo repite hasta quedarse ronco Benedicto XVI) es el gran sí de Dios al hombre: a su razón, a su capacidad de amar, a su deseo de felicidad y de unidad. Sólo una propuesta de la fe que responda al drama de una humanidad rota y frustrada, pero todavía deseosa, puede encontrar eco en quienes han hecho la travesía de John Waters y sus compañeros.
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