miércoles, 11 de abril de 2007

LA MEZQUITA DE CÓRDOBA LUGAR DE ENCUENTRO

TRIBUNA: JUAN JOSÉ TAMAYO
La mezquita de Córdoba, lugar de encuentro.

En reiteradas ocasiones, los musulmanes han solicitado respetuosamente el acceso a la mezquita de Córdoba. En febrero de 2006, el presidente de la Junta Islámica de España, Mansur Escudero, expresó al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, su propuesta de que la mezquita se convirtiera en templo ecuménico donde creyentes cristianos, musulmanes y de otras religiones pudieran "rezar juntos y estrechar los lazos espirituales y afectivos". Durante esta Navidad, Mansur Escudero se ha dirigido al Papa con la misma finalidad. La respuesta no se ha hecho esperar y, contra todo pronóstico, ha sido negativa. Pero no ha venido del Vaticano, sino del obispo de Córdoba, Juan José Asenjo, quien, sin consulta previa a los cristianos cordobeses, ha decidido que "el uso compartido de templos y lugares de culto generaría confusión en los fieles y daría pie al indiferentismo religioso" (sic).

Para justificar el uso exclusivo de la catedral por parte de los católicos apela a excavaciones arqueológicas y a "títulos históricos fehacientes". El recurso a documentos del pasado para justificar actuaciones excluyentes en el presente suele ser un pobre argumento que revela la falta de razones convincentes. Basa también la inviabilidad de la oración de los musulmanes dentro de la mezquita-catedral de Córdoba en la presencia del "Santísimo Sacramento de la Eucaristía". No entiendo muy bien dónde radica la incompatibilidad. ¿Por qué oponer el sagrario al mihrab cuando son dos expresiones religiosas igualmente respetables? La eucaristía es el sacramento del compartir y no del dividir, de la convivencia y no de la disidencia. La presencia de Jesús de Nazaret, el Cristo liberador, no molesta a los musulmanes.

Todo lo contrario: Jesús es para ellos un Profeta, que anuncia al Dios liberador, como lo fue Muhammad. Así lo reconoce el Corán, que habla de Jesús de Nazaret con respeto, reconocimiento y admiración. Le llama en varias ocasiones Cristo y Jesucristo, si bien como nombre propio, no como título mesiánico. Jesús es citado junto con los grandes profetas de Israel, Abrahán, Moisés... La incompatibilidad la establecen las jerarquías de las religiones, en este caso de la Iglesia católica. El obispo de Córdoba crea una oposición entre los profetas Jesús de Nazaret y Muhammad que no tiene justificación en los textos sagrados.

Como último argumento contra el uso compartido del recinto religioso recuerda las multicentenarias raíces cristianas de Córdoba que merecen ser respetadas. Y lleva razón, pero no hace una sola referencia a las también multicentenarias raíces judías y árabe-musulmanes de la ciudad, ni al rico patrimonio cultural que nos legaron ni a la convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos durante siglos de historia común. ¿Simple amnesia u olvido freudiano? En cualquier caso, lo que demuestra es un desconocimiento enciclopédico de la historia.

La respuesta negativa del obispo de Córdoba se sitúa en las antípodas de los gestos ecuménicos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI. Juan Pablo II invitó en dos ocasiones a líderes religiosos de todo el mundo a orar en la basílica de Asís, patria de san Francisco, en una imagen de distensión que dio la vuelta al mundo. En su reciente viaje a Turquía, Benedicto XVI rezó en la Mezquita Azul de Estambul, en presencia del Gran Muftí. ¿Por qué personalidades religiosas no cristianas pueden rezar con el Papa en un templo cristiano y los musulmanes no pueden orar en una mezquita que ellos construyeron y que luego se convirtió en templo cristiano? ¿Por qué el Papa puede rezar en una mezquita y los musulmanes no pueden dirigirse a Dios en un lugar donde está "el Santísimo Sacramento de la Eucaristía"? La contradicción es manifiesta. Los gestos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI han contribuido muy eficazmente a la distensión entre religiones y al trabajo por la paz. La actitud excluyente del obispo de Córdoba, empero, es un jarro de agua fría en pleno invierno contra los esfuerzos y las iniciativas que líderes religiosos y creyentes de las distintas religiones están llevando a cabo a favor del ecumenismo, del diálogo interreligioso y del encuentro entre culturas.

Hay otra razón que invalida los argumentos esgrimidos por el obispo cordobés contra el uso de espacios comunes por parte de cristianos y musulmanes. Las dos religiones son monoteístas y creen en el mismo Dios. "Creemos en Dios y en lo que se nos ha revelado", dice el Corán, "en lo que se reveló a Abraham, Isaac, Jacob y las tribus (las 12 tribus de Israel), en lo que Moisés, Jesús y los profetas recibieron de su Señor. No hacemos distinción entre ninguno de ellos y nos sometemos a Él (2,136)". ¿Por qué empeñarse en mostrar que el Dios del cristianismo y el Dios del islam son distintos y que cristianos y musulmanes no pueden rezarle en el mismo lugar? La actitud de monseñor Asenjo sigue alimentando en el imaginario colectivo la idea de un conflicto entre el Dios de los cristianos y el de los musulmanes.

¡Flaco servicio presta así a la construcción de la paz en el mundo, que debe ir acompañada de la paz y del diálogo entre las religiones!
En el origen de las tres religiones monoteístas, judaísmo, cristianismo e islam, existe un verdadero manantial de paz, que el fanatismo y el exclusivismo vienen cegando desde siglos. Ese manantial tiene un nombre: Abrahán. Las tres religiones no han agotado todavía sus energías de paz, o quizás ni siquiera las han descubierto, enredadas como están en conflictos internos, en confrontaciones políticas y en enfrentamientos mutuos. La discordia que reina en la casa de Abrahán, entre los distintos miembros de la familia monoteísta, debe superarse y sustituirse por la reconciliación y el trabajo común por la paz. ¡Qué mejor signo de reconciliación que compartir espacios de oración!


Las mezquitas que un día fueron iglesias

Mahoma asegura: «No se ha de quitar ningún objeto de una iglesia para utilizarlo en la construcción de una mezquita o de casas de los musulmanes». Sin embargo, un mínimo análisis histórico demuestra que no siempre se ha respetado
José Ramón Navarro Pareja

Madrid- En la carta que remitió al Papa Benedicto XVI a finales de año en la que reclamaba el uso de la catedral de Córdoba para sus oraciones, la Junta Islámica de Almodóvar del Río (Córdoba) justificaba sus intenciones transcribiendo una cita de Mahoma en la que declaraba la prohibición de «arrojar a un obispo de su obispado, a un sacerdote de su iglesia, a un ermitaño de su ermita. No se ha de quitar ningún objeto de una iglesia para utilizarlo en la construcción de una mezquita o de casas de los musulmanes».

La realidad, y un mínimo análisis histórico, demuestran que esta afirmación es tan falsa como otras afirmaciones de la carta. La misma catedral de Córdoba, sobre la que ahora diversas entidades musulmanas reclaman sus supuestos derechos históricos, es un ejemplo paradigmático de esta práctica supuestamente prohibida por el profeta. Con la conquista musulmana de la Península Ibérica, la conversión de las catedrales y las principales iglesias en mezquitas fue la práctica habitual. En Córdoba, como en las poblaciones más importantes, los invasores islámicos se encontraron que la ciudad se organizaba en torno a la basílica de san Vicente mártir y el complejo episcopal visigótico. Toledo, Zaragoza y Valencia

En un primer momento, el templo cumplió las funciones de mezquita, pero poco más tarde, las necesidades propias de oración de los musulmanes - la orientación hacia La Meca, la ausencia de ornamentos figurativos- llevó a la construcción del templo islámico, para lo que derribó la basílica cristiana y, como todavía se puede comprobar en una visita al lugar -y en contra de cita de Mahoma utilizada por la Junta Islámica-, se utilizaron algunos elementos arquitectónicos (como columnas y capiteles) para la construcción de la mezquita. Al igual que en Córdoba, los musulmanes que conquistaron la España visigoda, repitieron este proceso en ciudades como Toledo, Zaragoza o Valencia.

Sin embargo, las tribus norteafricanas que invadieron la península Ibérica no fueron las únicas empecinadas en contrariar los deseos de su profeta Mahoma recordados ahora por la Junta Islámica. Más al este, en la otra gran incursión dentro del antiguo imperio Romano, los otomanos se aprovecharon de los templos cristianos para dirigir su oración hacia La Meca.

De Estambul a Budapest

En su visita a Turquía hace poco más de un mes, Benedicto XVI, tuvo un minuto de recogimiento en la mezquita Azul de Estambul, pero en ningún momento evidenció dirigirse «al único Señor del cielo y la tierra» en su visita a otro lugar donde hubiera estado más justificada su oración, en la basílica de Santa Sofía. Construida en el siglo VI, la iglesia de Hagia Sofía (la Divina Sabiduría) fue un templo cristiano hasta 1453, cuando Estambul cayó en manos de los otomanos y fue rápidamente convertida en mezquita. Los musulmanes no tuvieron escrúpulos a la hora de destruir y cubrir los mosaicos que adornaban la enorme cúpula por tratarse de representaciones humanas, prohibidas por el Corán. El templo tuvo un uso islámico hasta que el fundador de la actual patria turca, el laicista Mustafá Kemal «Ataturk», lo convirtió en museo en 1935.

Otro Papa, Pablo VI, el primero en visitar el lugar en 1967, se arrodilló y rezó durante unos instantes ante un mosaico que representa a la Virgen María en una de las capillas laterales. Su gesto suscitó una crítica tan grande de los musulmanes que ninguno de sus sucesores (Juan Pablo II y Benedicto XVI) que ha vuelto al lugar se han atrevido a repetirlo.

Y en contra de lo que se pudiera argumentar, la práctica de convertir los templos cristianos en mezquitas, prohibida por Mahoma según la Junta Islámica, ha continuado hasta nuestros días. Una de las imágenes que permanece en la retina de primeros momentos de la independencia de Argelia, en los años sesenta, es precisamente la ocupación de los templos cristianos por parte de la mayoría musulmana.

Aunque en su vecino Marruecos, su anterior monarca Hassan II llegó a afirmar que en su país no ocurriría igual, y las iglesias no serían convertidas en mezquitas, lo cierto es que en los últimos tiempos, aquella buena intención no ha sido totalmente respetada y en ciudades como Casablanca, la mezquita de Palestina ha sido instalada en una iglesia católica construida en los años veinte del pasado siglo. En la primera Guerra Mundial, el genocidio que los turcos practicaron contra la población armenia, que costó la vida a un millón de personas en apenas un lustro, también supuso la destrucción de más de quinientos templos cristianos y la conversión de doscientas ochenta y dos iglesias en mezquitas.

El caso de Chipre

Y en otros de los puntos «calientes» de la actual Unión Europea, Chipre, la situación no es mejor. Tras la ocupación turca de parte de la isla en 1974, la minoría musulmana se vio reforzada y reconvirtió para sus rezos setenta y siete iglesias cristianas, según recoge el informe de los observadores internacionales enviados por Naciones Unidas. Otras muchas fueron destruidas o saqueadas. No es de extrañar, que su posición de apoyo a la ocupación de la pequeña isla mediterránea sea una de las principales trabas que aleja a Turquía de su ingreso en la Unión Europea.

También en Tierra Santa

Ni siquiera los lugares directamente relacionados con la vida de Jesús en Tierra Santa han escapado a esta reutilización. El significativo Cenáculo, el lugar donde según la tradición Jesús celebró la Última Cena, también fue convertido en mezquita. En 1523, los franciscanos, encargados de custodiar el lugar, fueron expulsados por los las autoridades islámicas, que ordenaron la construcción del «Mihrab» (el nicho que marca la dirección de La Meca) y dedicaron el recinto al culto islámico.

En 1948, cuando el recién creado estado de Israel se hizo con el control de Jesusalén, se apropió del Cenáculo y en 1967 instaló allí el complejo del Instituto Rabínico de la Diáspora. Israel permite a los cristianos dos visitas al año, el Jueves Santo y en Pentecostés (según la tradición, aquel también era el lugar en que los discípulos y María recibieron al Espíritu Santo), aunque no está autorizada la celebración de la misa. También en Jerusalén, de la antigua basílica del Santo Sepulcro que ordenó construir santa Elena, la madre del emperador Constantino, en el siglo IV, apenas quedan vestigios tras la brutal destrucción del año 1010 por las tropas del califa egipcio Hakim.

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